13.1.13

Motivos

¿Los hay?
Hace mucho que no visito esas historias viejas en las que yo pedía que me voltearas a ver y obtenía como respuesta a una mujer mucho más atractiva que yo captando tu atención. No me da pena recordar que hace unos años, en una media borrachera, te dije que me gustabas y luego me sentí terriblemente culpable.
Ahora mismo no puedo decir si te quiero más o te quiero menos, sería sentirme como una diosa capaz de dispensar amor a cuentagotas. Lo que sé decirte es que aprendí a quererte como eres (o como eras).
También aprendí a conocerme a mí misma y entonces reconocí que mendigaba todo el amor que me negaba a darme. Lo mendigaba con todo el mundo, contigo, con ella, con míster carablanca, con todos los amoríos que tuve y que no llegaron nada más que a sexo que me dejaba insatisfecha y con más ganas de estar sola que antes, mucho más vacía que antes.

Durante mucho tiempo, cuando estuve lejos, quise saber si era algo para ti, si me tenías alguna especie de cariño y eso me hacía mendigar más. Me costó trabajo ser capaz de entender que tú tienes tu manera de querer a tus amigos y que difiere de la mía. Me ha costado comprender que no es posible que me quieran como yo quiero que me quieran. Luego vino la revelación: querías a alguien cerca de ti y esa era yo. Ya no deseaba esa cercanía romántica, deseaba acercarme a alguien que quisiera tenerme cerca, de cualquier manera. Estaba herida por los errores que había cometido y necesitaba reposo. Me diste reposo.
Frecuentemente recuerdo ese tiempo y me río y lloro al mismo tiempo. Eso fue algo mío, que sólo tú yo yo compartíamos. Aprendimos a ser amigos y hermanos con la pureza que una relación así necesita. Entonces supe que no necesitaba mendigar para que me dieras amor. Fue cuando descubrí que tenías tu forma de hacer las cosas y que difería del resto de las personas porque tú eres magia. Me diste magia y alegría, experiencias e inocencia. Compartiste conmigo momentos que atesoro en mi corazón como los mejores que he tenido hasta ahora.
Ya no tengo miedo de que pase el tiempo  y que tú y yo no hablemos. Ese miedo desapareció cuando me fui a Oaxaca. Cuando estabas detrás de esa puerta de madera y yo me despedía sin que tú abrieras supe que esta relación que hemos forjado durante los años va para largo. Entendí que no debía tener miedo porque, a mí manera, estoy en tu vida y ahí seguiré y a la tuya seguirás incluyéndome.

22.11.12

De regreso y ahora sí en serio

¡A ver! Ya llegó su capitán a poner en orden a la tripulación.
Parece que mientras no estoy mis textos hacen lo que se les antoja y de acomodan y desacomodan a su antojo. Parece que estoy necesita que alguien tome de nueva cuenta el timón.

Ya volví para hacer lo que hay que hacer, gracias por esperar.

13.5.12

Carta a la abuela


Ayer me descubrí temblando al intentar zurcir una blusa. Me acordé de usted. Siempre temblaba. Siempre, desde que me acuerdo.
Me gustaba llegar los domingos de visita y a usted le gustaba que mis hermanos y yo llegáramos.  Yo tendría ocho años cuando usted me pedía, con las manos temblorosas, que ensartara el hilo en la aguja; después se sentaba así, con las piernas temblorosas, a coser en su máquina Singer. Yo la veía tan bonita con su mandil a cuadros y su trenza larga y gris, envidiaba mucho su trenza, por eso no dejaba que mi mamá cortara mi cabello, lo quería tener largo como usted. Me gustaba entrar en su cuarto e imaginar cuántas cosas tenía guardadas en su ropero, me encantaba el riesgo que significaba que usted me encontrara abriendo los cajones pequeñitos de su máquina. Esa máquina está en casa de mamá y ahora la usa mi hermana menor, ¿se acuerda de ella?
Hay Yaya, ¡se fue tan pronto! Cuando tenía doce años descubrí por qué siempre temblaba. Don Parkinson se adueñó de su cuerpo y después invitó a su amigo Alzheimer. Antes nunca lo supe, de golpe dejé de verla alta y ágil y se fue encorvando, no sabía si era que yo crecía o que usted se iba haciendo pequeñita, después supe que ambas cosas pasaron. Ahora tengo su misma estatura y más o menos su complexión. Me recuerdo viéndola salir de la cocina, yo parada en las escaleras del corredor largo y frío y usted saliendo de la cocina, en mis recuerdos más añejos la veo caminando rápidamente para continuar con la labor, en los últimos que tengo de su estancia en esa casa la veo, primero, agarrando la pared y después sosteniéndose con un bastón, por último en andador. Esos señores que visitaron su cuerpo fueron inclementes con usted.
Las imágenes que me asaltan nunca vienen en orden cronológico. En un momento, la recuerdo sentada a la cabecera del comedor, en la cocina grande y bonita que hizo mi tío para usted, calentando tortillas con mi Yiyo a su mano derecha, tío Miguel y sus hijos estaban sentados a la mesa, también tía Mary y sus hijas, también mis hermanos y yo. No me explico cómo es que cabíamos tantos en ese espacio, no concibo cómo es que tenía tanto amor para tantos nietos.
Ahora que soy mayor me da pena que se fuera cuando yo era tan pequeña, cuando yo no sabía qué curiosidades me iban a invadir en un futuro, me da pena que se haya ido antes de irse. A mis catorce años me tocaba hacerle compañía por las tardes después de la escuela. Entonces me enteré que, cuando mis tíos mayores eran pequeños, usted tenía gallinas. A veces me confundía con tía Reina y me pedía que cuidara a los niños que lloraban. Entonces ya no vivía en la casa grande sino en una pequeña que tía Rosy alquiló para tenerla más segura. Entonces se sentaba en un gran sillón reclinable y tenía en su cuarto una cama de agua para que no le salieran llagas. La casa era tan pequeña que, en sus momentos de lucidez, me decía que se sentía encerrada. La sala-comedor era del mismo tamaño de lo que era su cuarto en la casa grande, ya no había una ventana en la que se pudiera sentar a coser, ya no podía coser. Entonces se sentaba junto a mí toda la tarde, entonces ya se había ido. Entonces  yo no sabía que quería saber de su vida, yo no sabía que quería que usted recordara cosas para que me las contara. Entonces usted ya no sabía recordar.
No recuerdo cuánto tiempo estuve con usted por las tardes pero sí recuerdo que usted se fue un día que no la acompañé. Durante un tiempo me sentí culpable de su partida. No voy a mentirle diciendo que fue mucho, sólo fue un poco pero fue doloroso. Recuerdo que fue muy doloroso.

Ahora me veo en el espejo y siento que me parezco a usted. ¿Recuerda que mi madre tiene un lunar de canas en el frente de su cabeza? Usted también tenía uno que, a pesar de que su cabeza se fue poniendo blanca, brillaba más que las demás canas. Yo también tengo el mío nuevecito, jovencito, que me hace recordar que llevo su sangre en la mía.
Vivo en una casa que me recuerda a usted porque es grande y tiene muchas plantas verdes, como en su casa. También tengo un árbol de limón como el que usted tenía en el centro de su patio trasero y del que salían aguas tan deliciosas. A veces en mi cuarto hay un aroma a iodex que me recuerda el aroma de su cuarto en la casa grande.
Ahora me llevo la vida viviendo y recordando porque siento que sin recordar no podría vivir. Todos los días recuerdo algo de alguien. Sé que he tenido vivencias maravillosas a mis casi veinticinco años y que me faltan muchas otras por vivir. Cada día recuerdo algo diferente, de una época cualquiera, de un lugar distinto entre todos los que he estado. Tengo la ilusión de tener nietos si es que algún día puedo tener hijos. Tengo la esperanza de que mis nietos encuentren a una abuela jovial y alegre, fuerte como usted lo era antes de que los señores la secuestraran. Me hace mucha ilusión sentarme con mis nietos hipotéticos y contarles historias, de esas que me he aprendido y que me aprenderé, de esas que he vivido y que viviré. Tengo la esperanza de recordar, siempre recordar.
Imagino, a veces, que usted se daba cuenta de lo que sucedía y prefería seguir pensando que vivía un momento que no existía más. Me gusta imaginar que de repente se cansó de hacer todo por todos y decidió hacerse atender. Admiraría mucho que así hubiera sido.

Tengo que decirle, Yaya, que tengo miedo. Tengo miedo de esos señores que se la llevaron a usted. Nada me asusta más que la visita de esos hombres, ni si quiera la muerte me asusta tanto como olvidar todo lo que he aprendido. Ayer que me descubrí temblando, el miedo me hizo temblar más. Pero también me hizo acordarme de usted. Le pido que desde donde esté abogue por mí para que esos señores no me visiten nunca y no secuestren mis recuerdos. Le prometo que yo mientras pueda, mientras mi memoria quede, la voy a recordar.

8.5.12

Mi nombre me dice...

Mi nombre me dice que mis papás estaban muy agradecidos con la persona que llevaba ese nombre y que apareció en sus vidas antes que yo. En efecto, yo no lo escogí, mis papás pensaron en ponerme uno que, a pesar de ser la primera mujer en casa, fuera diferente al de mamá. 
Mi primer nombre es Amada y no tiene ningún significado oculto, el segundo es Rosalba y tampoco tiene misterio: 'Rosa del alba'. Los días que amanezco más enamorada de mí me gusta pensar que mi nombre completo es Amada Rosa del Alba, ¡hasta poético suena!
Para efectos prácticos he decidido adoptar el nombre 'Ross', muchos extranjeros que me escriben antes de llegar a hospedarse aquí han pensado que Ross es nombre de hombre y se despiden de mi como si fuera de un señor. Me encanta escuchar cómo lo dicen las personas con diferentes acentos. Mis favoritos son el andaluz y el alemán, para los primeros  soy 'Roh' y para los segundos 'Ggos', casi como fantasma en Inglés.

Al final, mis nombres favoritos son los que yo misma he elegido.
Hace algunos años tuve un novio turco que no hablaba nada en español que no fuera: hola, adiós, gracias y por favor. Por aquel entonces yo no hablaba un inglés muy fluido aunque ya lograba entender un poco, así que nuestra media comunicación era con base en un inglés poco masticado de ambos y mucha expresión corporal, íbamos por la calle señalando cosas y diciéndonos mutuamente cómo se decía en nuestra lengua natal. En una ocasión nos paramos frente a un espejo en un centro comercial de Tampico, ahí me señaló a mi misma y dijo Kelebek, yo asumí que eso significaba mujer en turco.

La mariposa es mi animal favorito, tanto que no sería capaz de atrapar una. Admiro su libertad y su fugacidad, también su resistencia para tener tantas horas de vuelo. Las mariposas son como las gitanas  de la naturaleza que andan por ahí usando sus artilugios y engañando a todo aquel que se piense que las puede atrapar. Yo misma soy una gitana y una mariposa.


Un año después de terminar mi relación con aquel turco, encontré a un amigo suyo, también de Turquía, y le pregunté qué significaba Kelebek, su respuesta me asombró: eso significa mariposa. 


Entonces, a partir de ahí soy: Ross, la mariposa.


K.

2.2.12

16 de enero 2012, San Cristobal de las Casas

A penas inicié mi viaje y ya estoy muda de asombro. Ayer, bajando del avión tome la loca decisión de ir al cañón del sumidero en Tuxtla. Es una maravilla de la naturaleza por donde tiene su paso el río Grijalva. Lo primero que vi fue la Playa de los zopilotes, que son unos pájaros carroñeros. El río Grijalva viene desde Guatemala y desemboca en el Golfo de México, así que pasa por cintos de municipios antes de llegar a Tuxtla, esto provoca que a lo largo de su recorrido se junten toneladas de basura y animales, los zopilotes se encargan de quitar los animales muertos.


Después de ver a los zopilotes, me mostraron las tres paredes que son la carta de presentación del cañón.  Cuando vi esa panorámica supe que ya lo había visto antes.
Ahora que lo pienso hay lugares en los que me da por sentir que yya los  había visitado, pero en ninguno  me he sentido tan ‘lugareña’ como en Oaxaca.
No me cansé de tomar fotografías mientras iba en la lancha. ¡Por cierto! Casi olvido mencionarlo: en el transcurso de un solo día utilice varios transportes, los más diversos, creo que han sido más que en le transcurso de mi vida taxi- camión- avión- taxi- lancha- hiking- lancha- combi.
Durante el paseo en lancha me mostraron el llamado árbol de navidad que es nada más que una formación de rocas tapizada de musgo. Es una pequeña cascada en una de las paredes del cañón que, según contó el lanchero, en época de lluvias presenta la mayor población de musgo, tanto que le hace parecer un pino navideño. Pude tomar ahí una de las fotografías más bonitas que he en mi vida.



Después llegué a la presa hidroeléctrica de Chicoasén que es considerada uno de los mayores logros de la ingeniería mexicana. Mi tío Pablo, que murió hace un par de años, me contó que de joven participo en la construcción de la presa. Al estar ahí no pude dejar de sentir un estremecimiento en su memoria.
El lanchero paró en un muelle que me hizo pensar que era el mismo muelle que había visto en la serie Niño Santo. Se detuvo para que todos los que habían comprado la entrada al parque bajaran de la lancha y comenzaran la aventura. Yo fui una de ellos.     
Nunca había viajado en lancha. (A decir verdad el único transporte acuático en el que había estado fue una banana en el puerto de Acapulco y recuerdo haber tenido tanto miedo como el que piensa que después del 11-S todos los aviones serán secuestrados.) Así que bajar de ella fue toda una odisea. Vi como lo hacían las demás personas y reuniendo un poco de fuerza de voluntad puse un pie fuera de la pequeña embarcación y a medio camino sentí que no iba a poder hacerlo. Finalmente un hombre muy caballeroso me dijo que me ayudaría y bajó conmigo de la lancha.

Durante la semana que pasé en casa de mi madre no pude evitar pensar que este año me toca trabajar muy duro para ‘pagar’ de alguna manera a la vida la oportunidad que me da con este viaje. Me preocupa un poco estar dándome tantas libertades.  Veces hasta me da un poco de miedo. Está bien, lo llamaré culpa.